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Estos estilos de vida cada vez menos saludables instaurados en la inactividad física y sedentarismo están ocasionando un aumento en la prevalencia de sufrir sobrepeso y obesidad en la población infanto-juvenil, llegando incluso a ser considerado como una “epidemia mundial” (Rodríguez-Fernández et al., 2021). En este sentido, García-Solano et al. (2020), sitúa los índices de sobrepeso y obesidad en adolescentes españoles entre el 35 % y 40 %. Frente a esta situación, las instituciones educativas han incorporado en sus respectivos currículos la necesidad de trabajar en la escuela objetivos de desarrollo sostenible impulsado por las Naciones Unidas en 2015, como el fomento de estilos de vida saludables y la promoción de un estado de bienestar en todas las etapas (MEFP, 2020). Desde la materia de EF se hace necesario promocionar la realización de AF como una filosofía de vida, donde el alumnado lo considere como un hábito con el que disfruta. En primer lugar, la práctica de AF, y el desarrollo de capacidades como la fuerza o la resistencia, ayudan a prevenir problemas del aparato locomotor (espalda, cuello y articulaciones), sensibles en la etapa de desarrollo estructural en la que se encuentra el alumnado. Esto puede evitar desequilibrios y deformidades músculo-esqueléticas a largo plazo. En segundo lugar, la AF realizada en grupo supone una herramienta clave en el desarrollo de la salud social de los estudiantes. Poder practicar AF con amigos o familia es un factor condicionante que aumenta la motivación de las personas y su bienestar (Villegas y Villamizar, 2020). De hecho, la propia práctica de actividades en grupo puede favorecer la interacción social, desarrollando nuevas amistades que también mejoren la salud social del alumnado. Un ejemplo de ello es lo que muchas personas consideran como “el partido con las amigas/os” o “la ruta en bici y el almuerzo”. Es decir, prácticas que mantienen los vínculos sociales y tienen un efecto catártico para las personas y se vinculan a la práctica de AF. En tercer lugar, la práctica de AF está directamente relacionada con un mayor sentimiento de competencia y motivación en los alumnos/as (Lui et al., 2023). El hecho de practicar AF va a mejorar las capacidades físicas, dotando al alumnado de la capacidad para realizar las acciones cotidianas de la vida con solvencia, y desarrollando un sentimiento de “ser capaz”. En nuestro caso, la mayoría de tareas físico-motrices que planteamos durante las sesiones, requieren de la presencia de capacidades como la fuerza y resistencia, por los que les va a dotar de mayor capacidad para afrontar las actividades con mayor confianza, generando mayor satisfacción y disfrute durante su realización. Del mismo modo, la adquisición de hábitos saludables como la práctica regular de AF, se vincula con la segregación de hormonas clave para el desarrollo y el aprendizaje, como la dopamina que aumenta la satisfacción, la serotonina íntimamente vinculada al
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