el Modelo de Responsabilidad Personal y Social (MRPS)
a los niños a desarrollar una conciencia crítica y a actuar de manera justa y responsable (Escartí et al., 2010; Wright y Irwin, 2018). El contexto actual de las políticas educativas, influenciadas en gran medida por una agenda neoliberal, ha sido criticado por su excesivo énfasis en los resultados cuantificables y su desatención a las necesidades holísticas de los niños (Ball, 2012; Giroux, 2004). En contraste, el MRPS promueve una reorientación de estas prácticas, enfatizando la necesidad de un desarrollo humano integral que abarque no solo las dimensiones académicas, sino también las sociales, emocionales y éticas (McCuaig et al., 2013). Este enfoque es esencial para la formación de individuos empáticos, capaces de actuar como agentes de cambio en sus comunidades y de contribuir a una sociedad más justa y equitativa (Martinek y Hellison, 2016). La implementación del MRPS en contextos preescolares también destaca por su flexibilidad y adaptabilidad, permitiendo que las actividades se contextualicen para satisfacer las necesidades específicas de cada grupo de niños. Esto es particularmente importante en un entorno educativo diverso, donde las experiencias culturales, sociales y económicas de los niños varían considerablemente (Lynch, 2006; Moss y Urban, 2017). Al respetar estas diversidades, el MRPS proporciona una plataforma para que los niños exploren e internalicen los valores de responsabilidad y justicia social de manera significativa para ellos. Además, el capítulo ha enfatizado cómo el MRPS puede integrarse en todas las áreas del currículo escolar, desde actividades físicas hasta ciencias naturales y arte, promoviendo una experiencia de aprendizaje cohesionada que refuerza constantemente los principios de responsabilidad personal y social (Clements y Sarama, 2009; Wright y Irwin, 2018). Esta integración transdisciplinaria es fundamental para el desarrollo de una identidad ética en los niños, preparándolos para enfrentar dilemas morales y tomar decisiones que consideren el bienestar de los demás y de la sociedad en su conjunto (Ennis, 1999). Otro aspecto crucial discutido fue la necesidad de estrategias de evaluación socialmente justas que den voz a los niños y respeten sus ontologías y experiencias únicas. Este enfoque, que contrasta con los métodos tradicionales centrados en los adultos, es esencial para garantizar que el proceso de evaluación sea inclusivo y contribuya al desarrollo integral de los niños (Smith, 2015; Santos et al., 2020). Como se destacó, la adopción de herramientas de autoevaluación y actividades reflexivas no solo fomenta la autorreflexión entre los niños, sino que también los empodera para asumir la responsabilidad activa de su propio desarrollo (Fleer, 2021). Los desafíos de implementar un programa de MRPS socialmente justo no deben subestimarse. La resistencia al cambio por parte de los sistemas educativos, arraigados en prácticas normativas, es una barrera significativa (McLaughlin, 2017). Sin embargo, estos desafíos también representan oportunidades para innovar y adaptar las prácticas pedagógicas a las necesidades contemporáneas, ofreciendo un camino hacia una educación verdaderamente centrada en el desarrollo humano integral (Santos et al., 2020). En última instancia, esta es nuestra prerrogativa como educadores e investigadores, y, con suerte, la razón por la cual como autores estamos escribiendo este capítulo y continuamos participando en el esfuerzo científico.
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